Yvonnie - Fotógrafa
Aloha! Me llamo Yvonnie y tengo 43 años. Nací en Hawaii, así como también dos de mis tres hijos, ya adultos. Estos tres, más dos nietos viven conmigo ahora; a quienes quiero con mucho cariño. Trabajo como fotógrafa independiente para poder estar en casa con ellos.
He estado casada con mi maravilloso esposo Rey por seis años, pero mi matrimonio casi no hubiera ocurrido… y se lo debo a Jesucristo.
Crecí como católica y asistía a la iglesia los domingos junto con mi familia y el primer viernes de cada mes a la escuela. Crecí con el conocimiento de quien era Dios, pero nunca me pareció alguien con el que pudiera ser confidente o al que le pudiera platicar.
Tenía 18 años cuando me casé por primera vez. Él estaba en el servicio militar y dividíamos nuestro tiempo entre la costa del Este y Hawaii. Después de que nacieron nuestras dos hijas se acabó nuestro matrimonio y me regresé a mi casa. Empecé a salir con un hombre y eventualmente nació mi hijo. Fue una abusiva situación y más tarde fue encarcelado.
Por causa de estas relaciones fallidas, al entrar Rey en mi vida, estaba muy insegura para hacer algo permanente. Decidimos intentarlo al estar juntos durante un año y ver si esto funcionaría. Regresé a California con mis chicos y me mudé con él. Pero en vez de un año, vivimos juntos durante seis años antes de que me propusiera matrimonio y finalmente acepté.
Como ninguno de nosotros asistíamos a la iglesia, no sabíamos quién nos iba a casar. La hermana de Rey sugirió al pastor de su iglesia y planeamos una reunión para consejería matrimonial. No me sentía feliz de esto. Armé un escándalo e hice muchas excusas. Me negué a ir. Mas no había otra salida.
Salí de nuestra primera reunión con John con lágrimas en los ojos. Nos hizo preguntas difíciles a los dos que eran duras de responder. Para ser honesta, no me esperaba esto. Yo pensaba que nuestra primera cita sería algo como: “Felicidades en su boda que se aproxima, etcétera.” Quizás íbamos a hablar de cuál Escritura Sagrada quisiéramos leer en la ceremonia y detalles como éste.
John le hizo preguntas a Rey que le hicieron pensar acerca de su relación con Cristo y de la eternidad. Desafortunadamente, como yo no quería estar ahí, no estaba pensando realmente en lo que él decía.
Nuestra siguiente reunión estaba planeada en dos semanas más tarde, durante ese tiempo Rey seguía pensando en lo que el pastor le había dicho. Tuvimos varias conversaciones acerca de nuestra fe, y empecé a cuestionarme si la mía era real.
Si se me preguntara de eso solo podía responder: “Mis papás me hablaban de Dios, el sacerdote y las monjas en la escuela me enseñaron acerca de Dios y ELLOS decían que Él era real.” Pero yo sabía que yo no “creía” en mi corazón.
Cuando nos reunimos la segunda vez con el pastor, Rey dijo que le había pedido a Dios el perdón un día al manejar, yendo a casa. Él dijo que se había sentido diferente. Había tenido el deseo de amar a Cristo, pero no se sentía preparado aún.
Los ojos de John empezaron a humedecerse y dijo que algo detenía a Rey. Él luego le preguntó a Rey si tenía la voluntad de obedecer la palabra de Dios y comprometerse a que viviéramos separados. Todo mi ser se volvió tenso. ¿Qué nos pedía? ¿Qué? ¿Enloqueció?
Luego sin mirarme a mí, Rey le dijo: “Sí.”
En ese instante mi corazón palpitó tan rápido que yo pensaba que iba a estallar. John se nos quedó viendo a ambos y dijo: Si uno de ustedes es creyente y el otro no lo es, no los puedo casar.
¡Esto ya fue suficiente! Empecé a llorar profundamente. Lloré por diez horas. Era raro porque en ese entonces no entendía lo que quería decir “creyente.” Mas yo sabía que lo que John estaba diciendo era lo correcto. Si Rey tenía una relación con Dios y yo no, tenía sentido que nuestro matrimonio no funcionara. Cuando el pastor dijo que “algo” estaba deteniendo a Rey, me di cuenta de que era yo.
¡Me dolía muchísimo! Amaba tanto a Rey y el pensar que nuestra relación estaba por terminarse era devastador.
Después de que salimos, manejamos de regreso a casa. Necesitaba estar sola, y por ese motivo manejé lejos, hacia las montañas. Oré y le pedí a Dios que abriera mis ojos y mi corazón, que me ayudara. Pero no sentí nada. En el pasado había rezado para pedir ayuda, pero nunca había sentido Su presencia. Había pedido perdón, no porque estuviera arrepentida, pero porque quería sentirme mejor.
Esa noche quería pedirle a Dios su perdón de nuevo, mas no lo pude hacer. Me aterrorizaba que al pedírselo no sentiría nada. Estuve llorando y preguntando por qué era tan duro para mí hacer esto. Lo pregunté una y otra vez.
Luego empecé a hablar con Jesús y le dije que creía que Él había muerto en la cruz por mis pecados; que Él había resucitado de entre los muertos, y que quería amarle…Y en ese momento SENTÍ amor por Él. Sólo que todavía se me dificultaba pedirle que me perdonara, sabiendo que no era digna y que no lo merecía. ¿Por qué me salvaría después de las cosas pecaminosas que había hecho en mi vida? Por fin, después de una hora, le pedí perdón a Dios. Sentí tanta angustia y dolor como nunca los había sentido. Dios causó que mi corazón se quebrantara, no sólo por mis pecados sino por el sacrificio que Cristo hizo para lograr mi salvación. Mi quebrantamiento sucedió debido a mis pecados contra Dios. No sé si sólo fue una ilusión o si me estaba trastornando, pero oí una voz diciéndome “Te amo porque eres mi hija.”
Súbitamente sentí paz completa. Creo que en ese instante me había salvado. En el viaje de regreso a casa estuve escuchando un CD y el primer verso hablaba de dejar mis pecados. Fue cuando me di cuenta de lo ocurrido. Yo era una creyente. Dios me había salvado y voy a estar con Jesús por toda la eternidad.
Empecé a reír y a llorar al mismo tiempo porque estaba tan feliz. De la misma manera que me inundó el arrepentimiento por mis pecados minutos antes, así también fui llena de gozo pleno porque yo amaba a Cristo y sabía que yo era querida. No fue sólo gozo, sino también un cambio físico que se llevó a cabo en mí. Era como que una carga pesada se levantara de mis hombros… un peso del que no me daba cuenta de que estuviera ahí, hasta que desapareció. No sentía culpabilidad, angustia o preocupación alguna. Dios había cambiado mi corazón, mi actitud, mis pensamientos y la manera de ver las cosas.
¡Qué maravillosos obsequios que Dios me ha dado! Su hijo Jesucristo, la salvación en Cristo; la habilidad de crecer más y más en Su amor; reconocer mis pecados y poder pedir perdón con verdadero arrepentimiento; casarme con Rey con amor verdadero y poder empezar una vida nueva como esposo y esposa fundamentados en Cristo y no en el pecado.
¿Le gustaría hacer que Jesús sea el Señor de su vida?
- Jesús, Yo creo que eres el Hijo de Dios. Te agradezco por haber muerto en la cruz por mis pecados y haber resucitado. Por favor, perdona mis pecados y concédeme el regalo de la Vida Eterna. Te pido entres en mi corazón y en mi vida como mi Señor y mi Salvador. Por favor ayúdame a crecer en ti ya vivir para ti. Gracias por haber entrado en mi corazón.
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